sábado, 8 de abril de 2017

PINTAR EL DOLOR. FRIDA KAHLO

Cuando Frida Kahlo tenía 18 años era una prometedora joven, que arrastraba las secuelas de la poliomielitis e iniciaba sus estudios de Medicina. Su única relación con el arte era haber realizado trabajos esporádicos en el taller de grabado e imprenta de Fernando Fernández Domínguez,  un amigo de su padre.

El 17 de septiembre de 1925, con 18 años, Frida sufrió un accidente gravísimo. El autocar en el que viajaba se estrelló contra un muro tras colisionar con un tranvía. La joven quedó aplastada entre los restos del autocar, con múltiples heridas: la columna rota en tres partes, las dos clavículas y varias costillas fracturadas, la pierna derecha rota por once sitios y otras muchas lesiones.

Las limitaciones de la medicina de la época hicieron que viviera a partir de aquel momento una auténtica tortura. Hasta el día de su muerte, se sometió a 32 operaciones quirúrgicas. 

La gravedad de sus lesiones recomendaban el reposo casi absoluto, y Frida Kahlo comenzó una actividad que le permitía mantenerse ocupada moviéndose lo menos posible: la pintura. Se inicia de esta forma la carrera de la artista más influyente de la pintura mejicana.

Su obra tiene una influencia clarísima de todas sus vivencias, con una presencia constante de la muerte y el sufrimiento. Podemos observarlo en uno de sus obras más simbólicas: El sueño (1940)

Se trata de un óleo de 75x98 cm, en el que vemos la cama con dosel en la que dormía la artista. Incluso se observa un esqueleto en el dosel, como el que tenía realmente. Ella se representa a sí misma durmiendo envuelta en un arbusto: la “tripa de Judas”. Se trata de una planta abundante en México que, aunque tiene propiedades medicinales en infusión, su contacto directo es muy urticante.

El esqueleto es una recreación el Papel Maché de Judas, y observamos los fuegos artificiales típicos que le ataban a esta figura para quemarla en Semana Santa. Es la forma de representar el suicidio del apóstol traidor y al hacerlo explotar se pide que libre al país de la Corrupción.

 


Por tanto, el simbolismo de esta obra es triple. Por una parte la figura de la muerte en forma de esqueleto. Por otra, los fuegos artificiales alrededor de la figura, para pedir el fin de la corrupción. Y finalmente, representada por el arbusto urticante, el dolor físico y emocional que sufría la pintora: Mientras ella yacía dolorida en su cama, se cuenta que su marido, el muralista Diego Rivera, veinte años mayor, aumentaba su fama de conquistador en otras camas.