Don Thompson, profesor de ciencias económicas, en su libro "El tiburón de los doce millones de euros" (Ed. Ariel) reflexiona sobre el mercado del arte y sobre la hipótesis de que el valor de una obra depende del marketing y de la codicia del comprador y no de su valor real.
Cuenta en su libro una anécdota que por contundente se considera casi una leyenda urbana: El crítico gastronómico del Sunday Times, Adrian Gill tenía en su poder un retrato de Stalin que había adquirido por 200 libras. Acudió a la sala Sothebys para subastarlo, pero lo rechazaron porque consideraron que carecía de valor. Entonces el crítico tuvo una idea. Fue a visitar a Damien Hirst, el artista británico más cotizado en la actualidad. Hirst es famoso por sus animales muertos colocados en tanques de formol (uno de ellos, un tiburón, se vendió por doce millones de euros. De ahí el título del libro de Thompson). Gill le propuso al artista que hiciera algo humorístico con el cuadro, como pintarle un bigote, unas gafas o algo parecido. Hirst pintó una nariz roja en el retrato y firmó la obra. Esta vez no sólo lo admitieron en Sothebys sino que incluso los críticos admiraron la fina ironía del mensaje y cómo un simple detalle ridiculizaba todo un periodo histórico de la URSS.
¿Cuánto vale una obra de arte? ¿Por qué antes no tenía valor y sólo porque un artista cotizado lo manipula se considera valioso? Quizás deberíamos reflexionar entre todos y dejar de convertir el arte en un negocio y que vuelva a ser un sentimiento que el artista quiere compartir con quien observa su obra.
Por cierto, el retrato de Stalin con la nariz roja alcanzó en la subasta los 150.000 dólares
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