Durante la Edad Media se extendió el mito de la existencia de un territorio donde la vida transcurría tranquila y agradable y en el que sus habitantes no necesitaban trabajar para ser inmensamente ricos. Era el “País de la Cucaña”, o, en su original francés, “Pays de la Cocagne”.
Posteriormente, durante la conquista de América, Francisco Pizarro descubrió la ciudad de Jauja, en la que los Incas guardaban su extraordinario tesoro, con lo que la expresión “País de Jauja” sustituyó a la de “País de la Cucaña”.
Pero el Pays de la Cocagne no era un lugar imaginario. En la región francesa de los Midi-Pyrinées, el triángulo delimitado por las ciudades de Toulouse, Albi, y Carcassonne fue el área de cultivo de una pequeña planta de flores amarillas llamada pastel (Isatis tinctoria). De esta hierba se obtenía el pigmento del color azul pastel (Bleu Pastel), un azul indeleble muy apreciado en toda Europa, lo que proporcionó fortuna a los agricultores de la zona.
El nombre Pays de Cocagne viene de unas bolas conocidas como "cocagnes" que se formaban tras machacar y secar las hojas de pastel. Estas bolas tenían su razón de ser en la necesidad de ser transportadas de un modo sencillo, con lo que su tamaño, semejante al de una pelota de golf, era perfecto para el almacenamiento y transporte. De las Cocagnes se extraía un color azul base, a partir del cual se podían obtener hasta cinco tonos (desde el azul pastel, muy claro, hasta el azul infierno, muy oscuro). Y cuanto más secas estaban las bolas, más valor se obtenía, de ahí la idea de que en Toulouse los mercaderes se enriquecían mientras dormían.
El proceso de obtención del pigmento era tremendamente lento. Desde la siembra hasta la extracción del tinte pasaban años. Todo comenzaba con la recolección de las hojas a mano a primera hora de la mañana, cuando el rocío se había evaporado. Tras lavarlas y secarlas al sol, se trituraban y se dejaban fermentar durante semanas. Posteriormente se formaban las bolas a mano y se dejaban secar durante meses, hasta que reducían su tamaño a la mitad. El siguiente paso consistía en triturar las bolas hasta obtener un polvo fino que se empapaba con agua y orina (para que el amoniaco fijara el color) y se dejaba fermentar varias semanas más. Volvían a formarse las bolas y de nuevo se dejaban secar otros cuantos meses. Para obtener un kilo de pigmento se necesitaban quinientos kilos de hojas.
Entre 1460 y 1560 Toulouse se convirtió en una de las ciudades más ricas de Europa, desde cuyo puerto se distribuían cargamentos de este producto a todo el mundo conocido y en la que los adinerados mercaderes construyeron fastuosos palacetes (que aún se conservan)
Pero con el tiempo llegó de las colonias una nueva planta, el Índigo de Oriente, de la que también se obtenía el color azul pero permitía lograr más tonalidades. Además era más barato y fácil de obtener su tinte. Con la nueva planta llegó también el declive del pastel.
Actualmente el Bleu Pastel sólo es un recuerdo de su esplendoroso pasado. El colorante que fue el orgullo del suroeste francés sigue presente en Toulouse en forma de pintura acrílica, tintes textiles y en productos cosméticos (aceites corporales, jabones,…)
Esta es la historia de un color y de la prosperidad que proporcionó a una ciudad, a la que hizo rica, tiñéndola de azul, de azul pastel.